La leyenda de Yáyauh

La leyenda de Yáyauh

Dicen que mucho antes de que Azomalli emprendiera su primer viaje, cuando aún dormía entre las sombras de la montaña sagrada, los ancestros se reunieron en lo más alto del cielo para regalarle una guía.
Tejieron con luz una constelación pequeña, silenciosa, solo visible para los corazones que saben mirar más allá de lo evidente. La colocaron en su hombro izquierdo, cerca del corazón, para que fuera ésta quien siempre le guiara, para que nunca olvidara de dónde viene, ni hacia dónde debe caminar.

La forma de esa constelación es una línea vertical, ligeramente curva, como una raíz que nace en el cielo y se extiende hacia la tierra. Los sabios la crearon así para representar el linaje de los ancestros: una conexión viva entre lo espiritual y lo terrenal, entre lo que fue y lo que será.

A ese conjunto de estrellas lo llamaron Yāyauh, que significa caminante o viajero. Pero entre los sabios se le conoce también como Yāyauhcitlalli, la Constelación del Viajero, y solo aparece en aquellos destinados a recorrer mundos en busca de la verdad.
Allí, en Yāyauh, habitan los sabios que lo precedieron, sus pensamientos y su amor eterno.

En la parte más alta de esa constelación brilla Tlāzin, que significa “respeto”. Es la más grande y luminosa de todas. El legado más valioso que le dejaron. Porque solo quien respeta al universo, a los otros seres y a sí mismo, puede comprender los secretos que se ocultan en el viaje.

Desde entonces, Azomalli camina en silencio, guiado por esa luz suave y constante. Y aunque pocos la notan, quienes se cruzan con él sienten que algo en su presencia recuerda a las estrellas: antiguas, sabias, eternas.

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